Una licenciatura en lanzar el trompo o peonza, un máster en hacer la técnica del perrito con el yoyó o una carrera en sacar los paneles deshilachados de un balón que tiene ya más de trapo que de supuesto cuero.
No encontrarás todas esas opciones en Harvard, ni en la prestigiosa Yale, tampoco en Oxford. La Universidad de la calle no requiere de un gran expediente académico y se sitúa en el extrarradio de las ciudades grandes.
Los avances tecnológicos han hecho que los niños ya no quieran diplomarse en canicas, ni jugar a la peste alta o al bote. No existe aplicación que te enseñe a manejar una navaja mariposa o abanico. No para atracar bancos, simplemente para demostrar tu destreza en los tiempos muertos que pasas en la plaza del barrio, que es el campus de la universidad de la calle.
Si has nacido a partir del 95 y en una zona residencial, jugar a pi, al escondite inglés, a pichi o a matar, te sonará a chino. Si no es así, bienvenido a tu universidad, la universidad de la vida, la Universidad de la calle.